miércoles, 15 de abril de 2009

Cambio de planes para que nada cambie

EE.UU. y el rompecabezas del poder en el siglo XXI

El revisionismo geopolítico de Obama es más ambicioso que el de su predecesor republicano: prevé frenar la expansión de Rusia y China y, a la vez, asegurar el control de los hidrocarburos de Asia.

Por Sebastián Pellegrino | Desde la Redacción de APM 28|03|2009

El cambio llegó. Junto a su séquito demócrata de estrategas militares y varios plumazos presidenciales, el primer mandatario estadounidense, Barack Obama, diseña una renovada agenda de la política exterior en la que el continente asiático figura como una prioridad impostergable.

Asia, y no tal o cual región del continente. Se trata de una planificación estratégica, que parte de un diagnóstico fáctico y cualitativo respecto a la situación y estado de la hegemonía de Estados Unidos en el mundo. El enfoque de Obama rechaza la continuidad del enclave militar en Medio Oriente, que tanto obsesionó a George W. Bush. Pero rechazar no es abandonar.

Gran parte de la campaña electoral del afroamericano estuvo dedicada a resaltar la fragilidad del liderazgo mundial estadounidense, producto del ensañamiento bélico en Irak, el abandono de las instancias diplomáticas y el olvido de la escena internacional con nuevos actores de poder.

Pero si todo un continente concentra hoy la mayor atención de Washington, dos finalidades confluyen en el ambicioso plan de la administración Obama: evitar que Rusia y China se afiancen como competidores directos de la hegemonía unipolar, y propiciar el comercio y control de los hidrocarburos asiáticos a las compañías energéticas del Atlántico Norte.

El análisis de los actuales inquilinos de la Casa Blanca es correcto. Los planes para retrotraer el estado de cosas y fortalecer la cuestionada supremacía estadounidense puede que sean siniestros.

En los próximos años, todo el continente asiático quedará envuelto en el gran juego del poder, entre las más grandes potencias con capacidad para provocar desastres humanos de escala global: Estados Unidos, Rusia, China y, eventualmente, India. Resulta difícil confiar en la promesa de Obama acerca de un “Nuevo Orden Multipolar”.

Zbigniew Brzezinski es uno de los hombres claves del viraje doctrinario de Washington. De origen polaco, fue director de la Trilateral Commission (organización creada por David Rockefeller para la cooperación entre Estados Unidos, Europa y Japón) y ex consejero de Seguridad Nacional del presidente estadounidense Jimmy Carter (1977-1981).

Las ideas de Brzezinski apuntan directo contra Moscú y Beijing, los únicos actores con posibilidades económicas, financieras y militares como para disputar a Estados Unidos el dominio global del siglo XXI.

Desde esta perspectiva, los planes contra Irán, Siria y Sudán, y la mayor parte de los frentes de intervenciones militares emprendidos por los neocons en los últimos 8 años, deben ser replanteados: cambiar ataques infructuosos por acercamientos circunstanciales que vuelquen a todos esos países contra China y Rusia.

La renovación del imperialismo del “poder blando” (basado en el fomento de golpes de estado populares, guerra económica, engaños y guerras encubiertas) seduce a los nuevos inquilinos de la Casa Blanca.

El presente artículo presentará una síntesis global de los trazados estratégicos diseñados por la administración Obama y las dificultades que plantea a Washington la creciente expansión de los gigantes asiáticos, en la carrera por el control de las mayores reservas de hidrocarburos. En las próximas semanas, APM tratará con mayor precisión cada uno de los aspectos aquí implicados.

Hegemonía global e hidrocarburos

En el siglo XXI, ambos privilegios se disputarán en el continente asiático. En conjunto, las regiones de Medio Oriente y Asia Central concentran más de la mitad de los recursos energéticos disponibles en el mundo, y la comercialización de esos hidrocarburos representa uno de los negocios más rentables del globo.

Los índices de la demanda de petróleo durante 2008 señalan un factor adicional de la gravitación extraordinaria que adquiere el gran continente: mientras que la demanda de Estados Unidos cayó más del 2 por ciento respecto a 2007, China registró un aumento de casi 6 por ciento.

La compra del oro negro también se expande en India, Pakistán y en las florecientes repúblicas centroasiáticas (Uzbekistán, Tayikistán, Turkmenistán, Kirguistán y otras). En fin, oferta y demanda coinciden en una misma geografía.

Si bien la disputa por los hidrocarburos asiáticos entre Estados Unidos, Rusia y China no es reciente, sí ha cobrado gran impulso desde mediados de 2008, y no precisamente por controversias en torno a las rutas del petróleo.

Estrategia político-militar, construcción y ampliación de zonas de influencia (ya sea por la fuerza como por la coerción económica) y control energético, confluyen en el complejo proyecto hegemónico de Estados Unidos en su versión Obama. Afganistán es un paso clave de la ambición demócrata. (Ver: “Afganistán: la clave del gran juego del petróleo”. APM 09/03/2009)

El consentimiento dado por la República Checa, en abril de 2008, para la instalación de radares y la posibilidad de que Polonia acuerde con Washington el establecimiento del escudo interceptor de misiles, abrieron un nuevo capítulo de tensión entre la Casa Blanca y el Kremlin.

“La aproximación del arsenal estratégico de los Estados Unidos al territorio de la Federación Rusa puede debilitar el potencial de defensa y contención de Rusia, por lo cual se tomarán las medidas adecuadas para compensar la amenaza”, señalaron desde el ministerio de exteriores ruso tras la firma del acuerdo de Washington con República Checa.

Meses más tarde, en agosto de 2008, se desarrolló la Guerra del Cáucaso entre Georgia y Rusia luego de que el primer país intentara retomar la soberanía de la región independentista de Osetia del Sur. Tras la victoria del gigante euroasiático, este congeló las relaciones diplomáticas con la Organización del Atlántico Norte (OTAN) por considerar los sucesos del Cáucaso como una guerra encubierta de su antiguo rival. (Ver: “Osetia del Sur: ¿la punta del iceberg?”. APM 10/08/2008)

En octubre del año pasado, Israel acordó con su aliado del Atlántico Norte las bases para el emplazamiento de un radar antimisiles y la presencia permanente de militares estadounidenses en tierra hebrea.

Fue un nuevo paso de la militarización indirecta de Asia, que apunta al acorralamiento de Rusia y China y sus países aliados. Hoy, Washington también cuenta con los mismos sistemas misilísticos en Japón, Alaska, California, y próximamente en Groenlandia y las Islas Aleutianas (en el Mar de Bering). Es decir, desde Europa del Este, a Medio Oriente, y hasta Extremo Oriente: todo bajo el control de los famosos “escudos”.

Con la llegada de Obama, las relaciones entre las principales potencias distan mucho de ser óptimas. Aún continúa la polémica por el escudo antimisiles y ahora Rusia planea instalar un sistema de defensa misilístico para dar respuesta a cualquier intento de ataque sorpresa sobre su territorio.

Asimismo, el presidente Dmitri Medvédev, anunció en los últimos días un rearme “a gran escala” de las fuerzas de su país, que incluye la renovación del arsenal nuclear. El mandatario ruso advirtió que aún “no cesan los intentos de alargamiento de la infraestructura militar de la OTAN (en referencia a la incorporación de Georgia y Ucrania) hasta las fronteras de Rusia”.

La carrera por los hidrocarburos asiáticos entró en su fase aguda. El anuncio del cierre de la base militar estadounidense emplazada en Kirguistán ejemplifica la disputa energética y hegemónica mediatizada a través de países que oscilan entre la influencia de Washington o de Moscú.

China también participa del gran juego del poder. Posee la segunda economía más grande del planeta, un potencial del mercado interno comparable al de Estados Unidos y la Unión Europea (UE) juntas, reservas internacionales que hoy parecen inagotables, convirtiendo al país en un banquero del mundo, y una vocación de autonomía política que rechaza cualquier intento de acercamiento con Washington.

Respecto de China, hay varios aspectos a considerar en la estrategia global de la administración Obama. Además del crucial escenario afgano, una eventual guerra encubierta en Pakistán llevaría a los marines del Pentágono a las puertas del gigante comunista.

A mediados de marzo, dos informes de alto nivel sobre Afganistán y Pakistán fueron presentados a la Casa Blanca con el objetivo de considerar la ampliación de los ataques a la totalidad de la provincia pakistaní de Baluchistán. Los planes se fundan en que, según varios oficiales estadounidenses, los ataques aéreos en las áreas tribales han obligado a algunos líderes talibán y de Al Qaeda a huir hacia Quetta (capital de Baluchistán).

Los informes nunca fueron revelados públicamente, quizás para no embarrar aún más la imagen internacional del “país de la libertad”, y a su vez, no provocar a las autoridades de Beijing. Es razonable pensar en un objetivo indirecto y adicional del Pentágono: correr la resistencia afgana hasta las puertas de China, con la excusa de la “guerra contra el terror”.

Retomando las ideas de Brzezinski, parece lógico y no tan sorprendente el anuncio que hiciera días atrás el Presidente de Estados Unidos respecto a la voluntad de crear “una nueva era de diálogo” con los países que integran la lista del llamado “Eje del mal”.

En efecto, Obama prometió intensificar la diplomacia con Irán, Siria y Corea del Norte tras años de infructuosa política de aislamiento diseñada por el ex presidente estadounidense George W. Bush. Es decir, de un día para otro el afroamericano anuncia un nuevo comienzo en la relación entre Estados Unidos e Irán, donde se deje atrás la antigua rivalidad.

¿Habrá que creer? Posiblemente, pues Zbigniew Brzezinski está convencido de que las únicas amenazas reales al statu quo internacional son Rusia y China, y no países emergentes. Irán, Corea del Norte, Siria y hasta Sudan (país africano que abastece el 7 por ciento de la demanda China de petróleo), estando cerca de Washington cerrarían una ecuación perfecta para ganar el control total del negocio petrolero asiático y consolidar la posición dominante de Estados Unidos durante el siglo XXI.

Limitaciones a la ambición de los demócratas

Precisamente, porque se afianzan nuevos actores de poder, con la consiguiente disminución de la influencia estadounidense hasta límites que hubieran sido impensables durante los años 90, Washington sueña con una apuesta de dimensiones extraordinarias y que, eventualmente, podría costarle muy caro. Ya se mencionaron las reacciones de Rusia.

En los últimos años, la Organización de Cooperación de Shangai (OCS), que lidera China, se ha convertido en uno de los procesos de integración con más futuro y en el que las cuestiones comerciales y energéticas de sus miembros encuentran cada vez más espacios de negociación.

Además de haber realizado grandes inversiones en el sector petrolífero kazajo, y alcanzado importantes acuerdos de aprovisionamiento con Turkmenistán y Uzbekistán, China ha evitado una reorientación excesiva de Asia central hacia la órbita de influencia de Washington.

Por otra parte, en el ámbito financiero la realidad podría superar las especulaciones mesiánicas de Obama. China es el principal acreedor de Estados Unidos: en septiembre de 2008 superó a Japón en la suma total de bonos del Tesoro de Estados Unidos adquiridos, llegando al formidable monto de 585.000 millones de dólares.

Esto no significa que el país del atlántico norte dependa del gigante asiático: tanto uno como el otro dependen de la suerte en común. La profundización de la crisis en Estados Unidos comenzó a perjudicar los activos de deuda en poder de China.

Después de muchas décadas, Washington recibió, a mediados de marzo, una dura advertencia: "Nosotros hemos otorgado una inmensa cantidad de préstamos a Estados Unidos. Para serles sinceros, estoy un poco preocupado", lanzó el Primer Ministro Chino, Wen Jiabao. Brasil se coló en el reclamo: funcionarios del Gobierno de Lula Da Silva recordaron a Obama que el país del sur es el cuarto acreedor de Estados Unidos.

¿Es este un indicio del peso que ejercerán las potencias del BRIC (Brasil, Rusia, India y China) en el futuro cercano? ¿Cómo se recuperaría Estados Unidos de la crisis, si China se decide a cortar el flujo financiero que se licua en los megasalvatajes del país americano? ¿Ahora sí está en juego el dólar? ¿Cómo interpretar la reunión del pasado 13 de marzo en la que el presidente Obama recibió al Ministro de Exteriores chino para recibir advertencias enviadas desde continente asiático?

Son muchos los interrogantes que quedan por dilucidar. También muchos los aspectos que restan tratar en torno al rompecabezas del poder del siglo XXI.

El plan de Obama está en marcha, mucho más amplio y militarista que el de su predecesor. Tan vasto como las dificultades con las que tropezará. En escena, el continente asiático; y en riesgo, la paz global de los próximos decenios.

Con Obama, el cambio llegó, pero sólo para que la unipolaridad y autodeterminación estadounidense (sobre otros estados soberanos) reasegure el camino del Destino Manifiesto por cien años más. Es el cambio de planes para que nada cambie.

spellegrino@prensamercosur.com.ar

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